martes, 8 de marzo de 2016

El Pacto

                     El pacto
                                       (El diablo llama a la puerta)
                                          Isaac Vargas Cárdenas
El plazo había acabado. Los diez años de bonanza que aquel hombre le había prometido a Tomas a cambio de su alma habían llegado a su fin. El alcohólico empedernido nunca pensó que aquel extraño sujeto fuera realmente a reclamar su paga. Recordaba de manera perfecta el día en que lo conoció; en aquella ocasión se encontraba en una cantina de mala muerte cuando el pintoresco hombre de traje negro lo abordó, presentándole una oferta imposible de rechazar. Diez años de toda la riqueza y lujos que pudiera desear su corazón a cambio de su miserable alma. No podía creer que alguien anduviera por ahí haciendo ese tipo de tratos; cambiar almas por riqueza y fortuna no parecía un buen trato. Por supuesto que los manierismos y la forma afectada de hablar del sujeto que le ofrecía aquel contrato hacían aún más increíble esa oferta.
Pero Tomas ni siquiera creía en la existencia del alma, pare él no existía tal cosa como el espíritu. Mas aquel astuto hombre vestido de negro supo cómo convencerlo de que firmara la hoja que le extendió con una pluma color azul, para después decirle con voz algo siniestra.
-Disfrute cada día de ahora en adelante, pues cuando me vuelva a ver le aseguro que todo habrá terminado para usted- susurro a su oído el sujeto, sonriendo levemente para después salir por la puerta trasera del local.
Realmente no esperaba que aquel hombre cumpliera con su parte del trató, pero desde que firmo el contrató su vida entera cambio. La suerte parecía sonreírle a cada instante, pasó de la miseria más vil  a la más lujosa opulencia. Y todo en cuestión de días. Pasaron los meses y después los años y el borracho olvido como había obtenido su fortuna. Y fue gracias a aquel hombre vestido de negro, al que acababa de volver a encontrarse cuando pasaba cerca de la misma cantina de mala muerte donde, diez años antes le había hecho la promesa de entregarle su alma.
Tomas no deseaba cumplir con su parte del acuerdo; quería seguir viviendo de la misma manera a la cual se había acostumbrado en la última década.  Al ver de nuevo al hombre de traje negro, se puso libido pues pensó que su hora se acercaba. Y estaba en lo cierto.
Trató de pensar en que tal vez se trataba de una extraña coincidencia el haber vuelto a ver a tan extraño personaje estando tan cerca  la  fecha del vencimiento del plazo acordado. Él no creía en el infierno pero se daría cuenta muy pronto de que estaba en un terrible error. Encendió un cigarrillo para calmarse un poco-. A cada bocanada su fin se encontraba más cerca.
Eran las nueve de la noche cuando Tomas escucho el timbre de la puerta principal de su casa. Tal vez si pretendía no estar podría ganar algo de tiempo, lo cual le permitiría huir de la ciudad. Pensando esto sintió que aún tenía esperanzas; se encontraba planeando su escape cuando percibió un olor fétido. Azufre. No podía creerlo; aquel extraño con quien había hecho un pacto hace una década no era un hombre. Se trataba de alguien, o más bien “algo” mucho más siniestro.
No abriría la puerta; se dirigió hacia la cocina y abriendo un cajón de la alacena tomó un cuchillo. Súbitamente oyó como la puerta de la entrada se habría  despacio. Tomas se acercó sigilosamente al pasillo, no sabía qué hacer. Vio como una sombra se aproximaba por el vestíbulo, mas esta no era la sombra de un hombre. Podía verse como sobresalían terribles cuernos de su cabeza y una horrible corona en forma de luna adornaba su feroz cara, sus piernas eran como las de algún animal, tal vez una cabra o un caballo, pero en la penumbra no alcanzaba a distinguirse claramente su forma.
Tomas corrió hacía su recamara, tratando de ponerse a salvo. Aquello que lo seguía tenía un aspecto tan terrible, una vista tan perturbadora que mataría del susto a todo aquel que lo mirara; esa era la verdadera forma del hombre del traje negro. Sentía como le seguía los pasos de cerca, volvió un poco la mirada y esta vez pudo distinguir más detalles de su apariencia. No podía decirse que se trataba de un ser horrible, pues la maldad que el invasor reflejaba en su cara iba mucho más allá de la razón humana, realmente no existen palabras para describir lo terrible de la visión de aquella infernal  criatura. El alcohólico no soportó la vista  del grotesco ser. Sintió que la locura lo invadía, una extraña mezcla entre locura y desesperación. Subió corriendo las escaleras ; no podía creer que algo en este mundo poseyera semejante aspecto. El olor a azufre se hacía cada vez más pesado, provocándole mareos.
-¡No!- pensó Tomas- No debo verlo…
Sabía que si lo hacía no lo soportaría pues su fealdad y lo terrible de su mirada superaban con creces la capacidad de la imaginación humana. Debía evitar a toda costa mirarlo pues seguramente su vista le provocaría la muerte, como si se tratara de Medusa, la terrible Gorgona.
Tomas blandió el cuchillo en una postura defensiva más sabía que eso de poco le serviría. Estaba perdido y todo por desear una vida fácil, una fortuna favorable. En sus últimos instantes comprendió  el valor del esfuerzo honesto del trabajo. Pero ya era demasiado tarde , la malvada criatura estaba entrando a su habitación  atravesando la puerta, como si se tratara de un ser etéreo.
Al verlo fijamente a los ojos por un segundo, el desdichado hombre sintió tal miedo, tan tremenda angustia que no pudo evitar perder completamente la razón; la visión de sus ojos lo transporto al infierno. Tomando un gran impulso se dirigió corriendo hacia la ventana y rompiendo el cristal se lanzó cayendo de una manera tan estrepitosa que despertó a los vecinos, quienes rápidamente se dirigieron hacia la sangrienta escena del suicidio. La locura y desesperación que se reflejaban en los ojos de aquel cadáver no tenían precedentes. Jamás se había visto terror semejante, pues aquella visión solo era apta para los condenados.
Nadie podría describir con palabras la angustia que Tomas sintió en aquel último momento ante tan terrorífico ser. La aparición del demonio fue la certeza de su propia condenación.

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